Sobre Antonio García - AUTORREALIZACIÓN

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Sobre Antonio García

Entiendo que quien se acerca a un espacio como éste, en el que se le ofrecen herramientas para un proceso de Autorrealización con una amplia profundidad y duración, quiera saber quién hay detrás. Éste es el sentido de esta presentación sobre mi persona y trayectoria.

Esta lectura no es necesaria, ni mucho menos obligatoria, para iniciar el curso que aquí se ofrece. Tan sólo es un anexo que podrás leer en el caso de que se te despierte el interés por conocer más sobre la persona que lo imparte.


Los orígenes

Nací el 21 de Octubre del año 1.963 en Málaga (Andalucía-España). Segundo hijo varón (dos años más tarde llegaría mi hermana) de una familia de campesinos: mi padre jornalero e hijo de jornaleros y, mi madre, proveniente de una familia de pequeños propietarios agrícolas que, en la generación anterior a ella, había acabado de perder todas las propiedades, viniendo a lo que entonces se llamaba, dramáticamente, la ruina.

Estas circunstancias marcaron mi infancia y lo que en terminología de Blay se llama mi Yo-Idea y su efecto consecuente en Angustia Base.

Las palabras que podrían definir aquella época son: soledad, inferioridad, desubicación y desarraigo. Me crié en la soledad de un niño de campo, alejado de otros niños. En un ambiente familiar que emanaba complejo de inferioridad con respecto a las otras personas, que eran más fuertes (o malas según el juicio materno), también con respecto al “Señorito” que venía una vez a la semana a inspeccionar la finca y con respecto a la gente de la ciudad que vivía en un mundo mucho mejor y “sabía más”. En definitiva, con respecto al conjunto de la sociedad.

Desubicación  porque, en realidad, la finca estaba situada a las afueras de la ciudad, lo que hacía que no fuéramos plenamente ni de campo ni de ciudad. Desarraigo porque la pedanía originaria de mis padres estaba en pleno proceso de destrucción por expropiaciones para lo que, poco después, serían polígonos industriales de la ciudad. Las relaciones con el clan familiar o familia extensa tampoco fueron cercanas.

Desubicación y desarraigo porque mi madre mantenía pretensiones de pequeña burguesía y en casa se vivía un cierto, aunque tímido, ambiente cultural. Aunque en lo económico, las penurias eran muchas. Recuerdo cómo para mi madre lo más importante era que estudiáramos en un colegio de pago. A eso, quizás, he de agradecer mi temprana afición por la lectura y el que, más tarde, pudiera ir a la Universidad (Estudié Trabajo Social).

No me identificaba ni con los niños de la ciudad, de los que por otro lado anhelaba que me incluyeran en sus grupos, ni con los del campo. Además, me sentía desprotegido: mi sensibilidad interna era demasiado frágil ante los cánones de relación que se estilaban.

En el ambiente familiar predominaba el modelo impuesto. El cómo debíamos ser por encima de todo: personas honradas, bondadosas, intachables, trabajadoras, rectas y... exitosas. Mi madre intentaba romper así la trayectoria familiar. Mi padre, ausente, asentía.

En este ambiente no había espacio para la diferencia. Era pecado mortal salirse del modelo adoptado por mi madre. Y cualquier desliz era pagado duramente en moneda afectiva: uno se sentía un ingrato traidor a quien tanto nos estaba dando y quería. La incomunicación era aún mayor con mi padre, ante el que siempre tuve la sensación de no cumplir sus expectativas en cuanto a la fuerza que se espera de un hijo varón.

La imagen del niño Antonio que puede resumir todo esto sería asomado en una pequeña atalaya de la finca en la que vivíamos, mirando con anhelo la ciudad que, a la vez, le producía miedo. Y, por detrás, sintiendo distancia y rechazo hacia el espacio en que habitaba y la familia que le había tocado, en la que no era posible mostrarse como persona vulnerable y necesitada, en la que no había espacio para la expresión afectiva ni para la cercanía.

Ese rechazo, lógicamente, se volvió contra mí en todos los aspectos: soledad y desamparo en lo afectivo, dificultad para la expresión de mi fuerza innata y, en lo mental, en un autojuicio de inferioridad pues, por un lado pertenecía y era producto de esa familia y, por otro, esas personas que se sentían inferiores eran las que, precisamente, ejercían autoridad sobre mí.

Todo esto unido a una evidente falta de habilidades sociales (no había tenido el necesario aprendizaje) me llevaron a una experiencia negativa en mis relaciones, lo que no hacía más que confirmar mi Yo-Idea.

Llegado a este punto del relato, he de añadir nuevas palabras a la definición de mi infancia: naturaleza, alegría, juegos, acogimiento, afectividad, curiosidad, descubrimiento, cine, novelas y un largo etcétera.

Sí, así es. El trabajo de Autorrealización nos lleva, entre otras cosas, a una visión más amplia de nuestra historia de vida. Tras muchos años creyendo que mi infancia había sido triste y solitaria, pude comprobar que no era sólo así. Había habido de todo, aunque mi mente, como muchas otras, había negativizado los recuerdos. La energía vital, el amor y la inteligencia están siempre presentes aunque las circunstancias no ayuden.

En mí, había un gran deseo de vivir y una fuerza vital que ahora reconozco como muy consistente. Así pues, se daba una ambivalencia que generó un personaje por un lado tímido y quebradizo y, por otro, fuerte y creativo.

Este ímpetu me llevó, a lo largo de mi adolescencia y juventud a generar diferentes escenarios que, en el fondo, siempre eran lo mismo: un proyecto ilusionante, nuevas relaciones afectivas sustitutivas de la familia y las amistades que tanto había echado en falta y, como colofón, un final en fracaso doloroso, al que seguía un período de retraimiento que, eso sí, era aprovechado para profundizar en mí y tomar nuevo impulso.

Pero hubo un momento en que este ciclo cambió. En lo social, he de mencionar mi último proyecto, al que ahora contemplo como una experiencia de tránsito entre el pasado cíclico impregnado de inconsciencia y una nueva forma de hacer, de estar y de ser. Se trata de AHIGE, la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género que tuve la fortuna de fundar en el año 2001 y en la que sigo participando gustosamente, ahora, como un socio más.




Un buscador

Que yo recuerde, siempre he estado buscando. Como suele ser lo habitual, primero la búsqueda era en el exterior, en un intento de que del exterior llegaran las soluciones a mi malestar: relaciones afectivas, proyectos culturales o en diferentes ámbitos de la política y social... Sin embargo, siempre había una mirada interna que, finalmente, me llevó a la evidencia de que el origen de los problemas y, por tanto, las soluciones había que buscarlas en mi interior.  Esto no debe entenderse como un proceso con fases claramente diferenciadas sino, más bien, lleno de mezclas, altibajos y vaivenes.

En cualquier caso, ya en la segunda mitad de mi treintena, mi búsqueda era claramente interior. Aunque se mantenía mi mirada hacia lo externo, mi necesidad de implicarme en el cambio de la sociedad. Esto se plasmó en AHIGE, que unía ambas inquietudes. Hubo un momento, que luego se prolongó durante años, en que la cuestión de género articuló buena parte de mi desarrollo personal. Preguntas como ¿Por qué somos los hombres como somos? ¿Por qué tenemos este mundo emocional? ¿Por qué nos puede tanto el poder y el status? ¿Por qué miramos tanto hacia fuera y tan poco hacia dentro? ¿Por qué tenemos la sexualidad que tenemos? ¿Cómo ha sido y es nuestra relación con nuestro padre, madre, pareja y descendencia? No tenían respuesta si no era aplicando la perspectiva de género.

Primero promoví la creación de un Grupo de Hombres, un espacio de intercambio y apoyo mutuo entre hombres que están en proceso de cambio, deconstruyéndose como hombres machistas e intentando reconstruirse como personas. En el grupo compartimos los avatares de la vida desde una visión personal, en procesos de contraste continuo entre nuestros valores y la realidad de nuestra práctica diaria. También nos acompañamos afectivamente. En este sentido, intentamos crear espacios seguros de no juicio sobre las personas aunque sí sobre las acciones de esas personas.

Y, como ampliación natural, llegó la creación de AHIGE, una forma de dar proyección social a este cambio necesario en los hombres.

Más tarde, comprendí que lo mismo que había estado haciendo con mi condición de hombre había que ampliarlo a todo, a mi condición como persona y profundizar aún más. Recuerdo una meditación en Los Montes de Málaga en que sentí la evidencia de que había llegado el momento de dar absoluta prioridad a la búsqueda interior y espiritual.

Las influencias con mayor repercusión en mí han estado, según el momento, en el budismo y el zen, en el hinduismo especialmente advaita, en la filosofía occidental y en la psicología transpersonal. Sin olvidar, por supuesto, la mística cristiana que es el ámbito cultural en el que he nacido y crecido.

Con estas herramientas había hecho un importante trabajo. A través de la meditación había experimentado estados de conciencia profundos y desidentificados, lo que me había llevado a experiencias muy gratificantes, con etapas de satori o iluminaciones temporales... Pero, no suficientemente consistentes. Una y otra vez, con el día a día, volvía a caer en los enredos de mi mente.

A mediados de mis cuarenta conocí a Antonio Blay. Me llegó, simultáneamente, por dos vías o personas a las que nunca estaré suficientemente agradecido: Matilde de Torres y Daniel Gabarró.

Mi encuentro con Blay fue fascinante. Me sentí plenamente identificado con aquella visión del mundo, de la vida y de lo que es y no es una persona. Blay había organizado y puesto palabras concretas a lo que yo había visto y sentido de mí... Y mucho más. Como suele decirse en ciencia, había encontrado una explicación sencilla, elegante y plausible.

Además, Blay contaba con algo para mí muy importante: tenía una mirada científica de la Autorrealización y me proporcionaba herramientas y metodologías concretas para conseguir cosas concretas. Hablaba de la observación en unos términos que a mi mente lógica-racional le encajaban totalmente. Huía de lo mágico y buscaba las causas de los problemas. Recuerdo que hacía tiempo que yo repetía que todo tenía que tener una causa concreta en nuestra mente y que había que buscarla.

La observación fue, posiblemente, la primera gran aportación que recibí de Blay. Antes, yo observaba, sí, pero la mezclaba excesivamente con el pensamiento y el juicio lo que, en la práctica, provocaba enredos y dificultaba mi avance. También me faltaba un punto de concreción con respecto a mi historia de vida y las causas originarias de mi malestar.

Por cierto, aquí he de de hacer especial mención al trabajo con respecto a mi madre, ya que tanto la he nombrado antes. Si bien ya había trabajado la relación con mis padres profundamente, gracias a las herramientas que me aportó Blay, vino la profunda comprensión de que ella hizo todo lo que pudo y nos quiso lo mejor que sabía hacerlo. Es cierto que todo ello estuvo determinado por su Yo-Idea, su Yo-Ideal y su Personaje. Es cierto que su propia Angustia nos fue transmitida. Pero es que, en realidad, no podía ser de otra manera y esto siempre ocurre así. En mi caso, se lo he transmitido a mi propio hijo. Blay me ayudó a reconciliarme definitivamente con mis padres y, en consecuencia, conmigo mismo.

Todo fue muy rápido. Los meses siguientes los dediqué a trabajar exhaustivamente el libro “SER. Curso de psicología de la Autorrealización”, haciendo concienzudamente los ejercicios y experimentándolos.

Por aquél tiempo había promovido la creación de una Changa entre mi grupo de amistades, inspirado por Thich Nhat Hanh y su libro “Enseñanzas sobre el amor”. Reconduje el tema y propuse que creáramos también un grupo de trabajo para la Autorrealización según la metodología de Antonio Blay. Ése fue el comienzo.

Después llegaron los primeros grupos que yo llevaba o dirigía. Mi visión del trabajo es doble: por un lado, facilitar en todo lo posible que las personas lleguen a un auténtico conocimiento de sí mismas, de sus circunstancias concretas y, especialmente, de lo que son y de lo que no son. Pero, por otro lado, también está la dimensión colectiva o social. Estoy convencido que el proceso de Autorrealización se facilitará en la medida en que seamos más personas las que lo acometamos. Nos necesitamos. Por ello he procurado que el paso por un Grupo de Autorrealización se prolongue con la creación de una red de personas que se apoyan mutuamente. En estos momentos somos ya casi un centenar las que estamos unidas en Red.

Tocaba ya dar el siguiente paso: implementar en Internet el trabajo que hacemos en los Grupos de Autorrealización. La intención es transmitir este conocimiento al mayor número posible de personas y hacer posible que, desde cualquier lugar del mundo, encuentren un apoyo para su propio proceso.


Mi labor y posición

Posiblemente, si la palabra Maestro no estuviera tan distorsionada por la imagen colectiva que se ha generado por nuestra interpretación de dicha figura en las diferentes escuelas o tradiciones, quizás la utilizaría sin ningún tipo de reparos para definir la labor que hago. Pero no me siento cómodo en ese papel, idealizado por la necesidad de encontrar “salvadores”.

Por eso he dado a la cuestión un pequeño giro y la utilizo de otra manera. Me considero, más bien, un maestro en minúsculas, alguien que enseña, transmite conocimientos y habilidades a otras personas desde su propio conocimiento y experiencia de vida. Eso es lo que hago yo.

Pero no soy ese “Maestro” en mayúsculas que responde a la imagen idealizada que está en nuestra mente. No soy ese Maestro que todo lo sabe, que nunca se equivoca, que está por encima del bien y del mal, que se ha iluminado y ya no sufre, ni nada teme. Ni siquiera a la muerte.

Así pues, me siento mucho más cercano a la idea que tenemos de un “maestro de escuela”, en mi caso sería de una escuela de adultos, que a la del “Maestro espiritual”.

Quien busque eso, siento decirle que aquí no lo va a encontrar. Soy una persona normal, que tiene miedos, que se equivoca cada día, que no lo tiene todo resuelto y que, eso sí, tras mucho esfuerzo y trabajo, ahora es capaz de vivir y actuar superando la necesidad de su mente de sentirse especial, protagonista o superior. Por eso, cuando veo el sufrimiento ajeno, siento una enorme compasión desde la evidencia de que mi mente, o está, o ha estado ahí, o podría estarlo.

Afortunadamente es posible enseñar y ayudar sin tener que haber llegado a la perfección. Ciertamente, hay un nivel, un mínimo exigible para que esto sea posible y se da cuando la experiencia propia y, la forma de transmitirla, es válida y ayuda a las otras personas. Además, ha de darse la suficiente honestidad y coherencia, que se mide en no adjudicarse lo que no se haya experimentado y contrastado personalmente.  

No veas en quien te está enseñando a alguien excepcional, diferente a ti. Este es el mensaje.

El papel que ocupo me pone a prueba cada día. La tentación de situarte por encima de quien recibe tus enseñanzas está ahí, presente. En terminología de Blay, se concreta en la creación e identificación con un nuevo personaje, esta vez,  de “Maestro Espiritual”. La creencia de estar en posesión de la verdad y de ser superior a las otras personas tiene un gran poder adictivo. Además de las herramientas habituales, ante todo esto, empleo un simple punto de partida. Cuando se me plantean dudas acerca de mi actuación, el referente siempre ha de ser el bien de la persona a la que estoy ayudando. Mis miedos e inseguridades, mis deseos y la tendencia a salvaguardar una imagen, han de ser apartados. Cuando esto se da, el escenario se aclara y el camino a seguir aparece nítido.

Considero que si me dedico a una actividad tan delicada como ésta, asumo una enorme responsabilidad que se dimensiona en diferentes aspectos. Por un lado, si me pierdo o me abandono, las consecuencias son mucho mayores que en otros casos, pues esta situación de deterioro no sólo tendrá repercusión en mí y las personas de mi entorno cercano, que ya es mucha, sino que tiene el añadido de que mi labor de enseñanza y ayuda también se verá afectada. Comenzaré a emitir respuestas no desde mi centro y, por tanto, no limpias. Y las personas que han depositado su confianza en mí se verán afectadas,  así que he de hacer todo lo que esté en mi mano para que esto no se produzca. El otro aspecto de esta cuestión es evitar la tensión y auto obligación de estar de una determinada manera y el corsé que eso significa para el propio desarrollo.

Esto me lleva a plantear otro tema que está muy relacionado, como es, la responsabilidad ante el cambio de las personas. La mía queda limitada a lo expresado en el párrafo anterior, pero una vez dado esto, no debo ni puedo sentirme responsable del cambio ajeno. En este proceso, el desarrollo, plasmado en el cambio de respuestas y de identificación con respecto a la mente, es responsabilidad propia de cada una de las personas que lo realizan y se deberá, fundamentalmente, a su propia implicación, honestidad y ejercitamiento.

También está la relación con el poder y autoridad que se dan en esta posición y que las otras personas te otorgan aunque no hagas nada para ello. Esta situación pone a prueba la propia relación con la autoridad y el poder. Si no está suficientemente clarificada, es muy fácil dejarse llevar por la atmósfera que se crea... Y aparece el personaje.

Todas estas cuestiones son, también, un factor de continúo empuje y motivación para el propio crecimiento. De ahí que he de mostrar mi profundo agradecimiento a las personas que han participado o participan en los grupos, por su contribución sustancialmente a mi propio desarrollo. En la enseñanza se produce la misma magia que en cualquier tipo de Ayuda. Si quien da recibe, yo he podido comprobar experimentalmente que, quien enseña, aprende.

Poder compartir las experiencias vitales más íntimas de otras personas produce un gran enriquecimiento. Son situaciones en las que aparece la enorme evidencia de que todos y todas somos iguales, que compartimos las mismas claves y estamos en el mismo camino.

No soy, no sois, no eres especial. Somos seres únicos, sí, pero no especiales. Ni mejores, ni peores, ni más ni menos sensibles que el resto. Al igual que tú, las otras personas sienten, sufren y se dimensionan como el centro de su propio universo. En el nivel del personaje puede haber muchas diferencias, aunque luego comprobamos que nuestras mentes siguen patrones comunes pero, conforme vamos superando ese nivel, constatamos que formamos parte inseparable de un TODO.

A menudo doy las gracias por el esfuerzo que hacen las personas en su propio desarrollo. La razón es sencilla: su propia Autorrealización está contribuyendo al bienestar colectivo. Realmente, es lo  más importante que podemos hacer para ayudar al desarrollo de nuestra sociedad y el sostenimiento del planeta que habitamos.

Gracias, pues, a quienes decidáis implicaros en este fascinante proyecto común.


Antonio García Domínguez
Septiembre 2015

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